Antes de ayer estuve tres horas en la Estación de Chamartín esperando el Talgo. Mi entretenimiento, el de casi siempre en estos casos: ir a una de las librerías a comprar una revista y de paso ver los libros, que siempre se encuentra alguno interesante. En este caso el que llamó mi atención se titulaba y titula “El economista camuflado. La economía de las pequeñas cosas” de Tim Harford. Si soy sincera, un libro que tiene en su título la palabra economía no suele atraerme en absoluto, pero en este caso en la ilustración de portada había un vaso de cartón de Starbucks. Lo cogí, le di la vuelta y me dispuse a leer la contraportada encontrándome la siguiente pregunta: “¿Por qué pagas en Starbucks por una taza de café el triple de lo que pagarías en cualquier bar?
El libro no me interesó lo suficiente y acabé comprando sólo el Fotogramas, pero la pregunta me pareció muy sugestiva, tanto que busqué críticas del libro en Internet para ver como el autor la respondía. El amigo Tim Harford viene a decirnos que, entre otras razones, el café de Starbucks es más caro de lo habitual porque la cadena sitúa sus establecimientos en emplazamientos privilegiados y en los que las opciones más económicas son realmente escasas. Viene siendo algo así a lo que sucede en las tiendas de los aeropuertos.
A mi esto me dio que pensar, para nada me considero una persona derrochona pero puedo asegurar que cuando voy a Madrid, no perdono varios cafés en uno de los establecimientos que la franquicia tiene en la capital.
De hecho, hace dos meses fui a Madrid con dos personas (mi hermana y mi madrina) para las que, como para mi, el café es más que un vicio: para nosotras café + conversación es uno de los pequeños placeres de la vida. Puedo asegurar que nos dejamos las suelas de los zapatos en las calles del centro de la ciudad y cada vez que “necesitábamos gasolina” lo primero que mirábamos era si había un Starbucks cerca sabiendo perfectamente que era más caro. Incluso una vez de vuelta a casa, no nos cansamos de comentar que si algún día se abriese uno en Pontevedra, habría que echarnos de allí con agua caliente.
¿Por qué? Le tengo que dar toda la razón a Harford, estás pagando algo más que el café, estás pagando el sentarte en terrazas (téngase en cuenta que era septiembre) situadas en lugares envidiables, en el caso de quedarte en el interior de la cafetería, estás pagando la sensación de estar dentro un capítulo de Friends, ese rollo Hollywoodiense que tanto gusta, estás pagando el disfrutar del café y la tertulia en un lugar que invita a acomodarse y a tomarte las cosas con calma, a hacer un paréntesis en el estrés diario. No estás tomando únicamente un café, estás formando parte de la cultura del café ¿Qué precio se le pone a eso?
En estos tiempos donde no se hace más que reivindicar el disfrute con los pequeños placeres de la vida, cosa que incluso está llegando a la categoría de “cool”, ¿el pagar un poco más por un café es un derroche enorme? Para mí, esos momentos de tranquilidad, no tienen precio, diría incluso que es la alternativa barata a unas horas en un spa.
El libro no me interesó lo suficiente y acabé comprando sólo el Fotogramas, pero la pregunta me pareció muy sugestiva, tanto que busqué críticas del libro en Internet para ver como el autor la respondía. El amigo Tim Harford viene a decirnos que, entre otras razones, el café de Starbucks es más caro de lo habitual porque la cadena sitúa sus establecimientos en emplazamientos privilegiados y en los que las opciones más económicas son realmente escasas. Viene siendo algo así a lo que sucede en las tiendas de los aeropuertos.
A mi esto me dio que pensar, para nada me considero una persona derrochona pero puedo asegurar que cuando voy a Madrid, no perdono varios cafés en uno de los establecimientos que la franquicia tiene en la capital.
De hecho, hace dos meses fui a Madrid con dos personas (mi hermana y mi madrina) para las que, como para mi, el café es más que un vicio: para nosotras café + conversación es uno de los pequeños placeres de la vida. Puedo asegurar que nos dejamos las suelas de los zapatos en las calles del centro de la ciudad y cada vez que “necesitábamos gasolina” lo primero que mirábamos era si había un Starbucks cerca sabiendo perfectamente que era más caro. Incluso una vez de vuelta a casa, no nos cansamos de comentar que si algún día se abriese uno en Pontevedra, habría que echarnos de allí con agua caliente.
¿Por qué? Le tengo que dar toda la razón a Harford, estás pagando algo más que el café, estás pagando el sentarte en terrazas (téngase en cuenta que era septiembre) situadas en lugares envidiables, en el caso de quedarte en el interior de la cafetería, estás pagando la sensación de estar dentro un capítulo de Friends, ese rollo Hollywoodiense que tanto gusta, estás pagando el disfrutar del café y la tertulia en un lugar que invita a acomodarse y a tomarte las cosas con calma, a hacer un paréntesis en el estrés diario. No estás tomando únicamente un café, estás formando parte de la cultura del café ¿Qué precio se le pone a eso?
En estos tiempos donde no se hace más que reivindicar el disfrute con los pequeños placeres de la vida, cosa que incluso está llegando a la categoría de “cool”, ¿el pagar un poco más por un café es un derroche enorme? Para mí, esos momentos de tranquilidad, no tienen precio, diría incluso que es la alternativa barata a unas horas en un spa.
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Ya que has leído tendrás algo que decir, digo yo.